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Faro en las calles

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“Nederlands Dans Theater”: Placebo y Schubert se resuelven a bailar.­­­­
“We are not dancers but all members of the music orchestra.”- NDT2
“We are not dancers but all members of the music orchestra.” - NDT2
Wir sagen uns Dunkles - Marco Goecke (NDT 2 | NDT in New York 2019)

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Reseña por Jimena Colunga Gascón:

Si es difícil llevar a los mexicanos a las salas de arte de cine, a pesar de las palomitas, los precios razonables y la amplia oferta en cartelera, imagínense llevar a los mexicanos a otro tipo de espectáculos escénicos como el teatro o la danza. Todavía es un misterio definir si es el público el renuente o si son los pobres mecanismos de promoción o si es una falla general en el sistema educativo o si sólo se limita al hecho de que el acceso a estos espectáculos es caro, carísimo, mucho más que una entrada al cine. Tal vez este público no está acostumbrado a estas experiencias, tal vez no hay un entendimiento y, por lo tanto, la retribución espiritual no es tan amplia como beberse un ocho de cervezas con los compas.

Justo en medio del amplio y enconado debate acerca del futuro de la Comisión de Cultura y Cinematografía de la Legislatura entrante que, aparentemente, a todo el mundo le interesa actualmente, tuvimos la oportunidad de asistir a un espectáculo dancístico de calidad internacional que te deja los pelos francamente de punta a cargo de la compañía Nederlands Dans Theater.

Más allá de una compañía, es un concepto, una declaración sobre la danza contemporánea con una estética muy particular. Fundada en 1959, este grupo de Países Bajos ha reclutado a bailarines de todo el mundo y ha alcanzado números de audiencia de alrededor de 150 mil espectadores en una larga lista de países visitados. Se presentaron en CDMX en dos fechas en el Teatro de la Ciudad “Esperanza Iris”, locación, ya de por sí, alucinantemente histórica.

Para estos shows, se presentó la segunda compañía, Nederlands Dans Theater 2, con tres coreografías distintas entre las que destaca “Sad Case”, de Sol León y Paul Lightfoot, por su propuesta con música de boleros, mambos y danzones. Obviamente se le hizo mucha fiesta en Latinoamérica a este número, sin embargo, no es lo más interesante del repertorio. Vamos por partes.

No estoy tan enterada de lo que acontece en el mundo de la danza actual como en el cine, sin embargo, la estética de NDT2 es sin duda vanguardista y sólida: el diseño del lenguaje corporal incluye un uso exacerbado de los brazos y las manos, como si se tratara de juegos de sombras. Los bailarines se convierten en escena en una suerte de marionetas poderosas cuyos hilos están operados por un beat muy preciso (aunque no obvio) de la música. Incorporan gritos y susurros y jadeos y gemidos para ampliar esta comunicación corporal. Los vestuarios limpios y minimalistas funcionan sólo para hacer énfasis en la calidad de los cuerpos, es como si Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015) y The Cell (Tarsem Singh, 2000) se hubieran enamorado en un body. Cada movimiento está trazado con una precisión que sólo se consigue a través del entrenamiento duro y constante, vamos a decir, en el lenguaje de la música, que la banda está muy amarrada. Estos cuerpos están, seguramente, muy cerca de la perfección.

El espectáculo se abre con Wir Sagen Uns Dunkles (Nos decimos algo obscuro), de Marco Goecke. Comienza con música emocionantemente familiar: es nada más y nada menos que “A song to say goodbye”, de Placebo, en una versión acústica. A partir de ahí, ya no habría mucho más que decir y, sin embargo, sí hay. Es como una pesadilla sensorial, se trata de cómo la melancolía te lleva a la obscuridad y la locura. Alternando música de Placebo y de compositores clásicos como Schubert y Schnittke, esta coreografía es por momentos perturbadora, como si se tratara de un ballet maldito, un profundo, largo y sonoro viaje hacia la demencia, hacia alguna enfermedad mental. Infestada de susurros y lamentos, por momentos nos lleva a nuestros propios lugares de soledad.

Con amplia expectativa, se presenta el siguiente número “Sad Case”, el de los boleros y danzones, con música de Pérez Prado, Alberto Domínguez, Ray Barretto, Los Panchos y la “María Bonita” de Agustín Lara. El vestuario incluye más maquillaje corporal y en la polvareda de los movimientos junto con la iluminación por planos, es como si fueran pintando cada compás del Mambo #8. A diferencia del número anterior, esta coreografía es mucho más vertical, es decir, hay más movimientos en el aire, más saltos y piruetas sepulcralmente silenciosos. Uno de los elementos técnicos más apreciados de la danza contemporánea, es precisamente la habilidad de saltar sin hacer ruido en el tablado. Esto se logra a partir de mucho entrenamiento y de una conciencia corporal muy amplia en la que la caída va gradualmente desde la punta de los dedos hasta el talón, haciendo ese tan impactante silencio. La maravilla, en este caso, es que el sonido de las caídas en el tablado, también forman parte de la narrativa corporal y tienen la habilidad de hacerlas sonoras o mudas de acuerdo al momento de la historia. Como la voz en sí misma también tiene una musicalidad particular, en este número también vemos narraciones coreografiadas con movimientos.

Cierra el show, Cacti (Cactus), de Alexander Eckman, y este es el número más impresionante. Con una extensa narración (de la autoría de Spenser Theberge) estableciendo los principios dancísticos de esta compañía, comienzan a emerger los bailarines de entre un entablado puesto como escenografía que, además, refleja la luz. A los pocos segundos comienzan enérgicos movimientos que hacen referencia a las artes marciales en los que los sonidos del cuerpo, palmadas y pisadas, participan y también hacen música. Las tablas bailan con la luz, una luz enfáticamente dorada que refuerza el sentido más épico de la coreografía. Música de Schubert, Haydn y Beethoven enmarcan esta especie de Nao de China futurista en la que el juego de luces y muchos cactus, establecen una dinámica de claroscuros en donde siempre hay mucho que ver. En el marco de una iluminación muy sofisticada, un gran sentido del humor y elementos vivos del escenario, como el paso de gato que cae como escenografía, una pareja relata con sus cuerpos el romántico contemporáneo de un one night stand.

Es un show impactante y muy emotivo, no obstante, sólo la mitad del teatro fue testigos de esta función, lo que no sé si es un éxito o un fracaso para la situación actual de la danza en México y el mundo. Cuando uno se entera de que las entradas oscilaban entre los 300 y 1,600 pesos, se puede imaginar una explicación a las butacas vacías.

Es creencia común que la oferta no es interesante y sí escasa, a lo mejor es otra forma de decir “cara”, sin embargo, aprovechando las bondades de este sórdido cambio de administración, por lo menos hay un antecedente de haber ejercido hasta el último centavo del presupuesto en un espectáculo que definitivamente se ve bien: Nederlands Dans Theater. Lo que sí es definitivo es que el arte y la cultura que no se comparten, difícilmente son arte y cultura, y esa es parcialmente nuestra responsabilidad como espectador, los que ahora estamos tan al pendiente de la Comisión en la entrante Legislatura.