Reseña por Jimena Colunga Gascón:
“Folklorismo urbano” (término que le escuché decir al crítico de cine David Ramón) fue el concepto que invadió la mayoría de los sets mexicanos después de éxitos de taquilla como Sexo, pudor y lágrimas y Amores perros, por ahí de finales de los 90s y principios de los 00s como si se hubiera encontrado la fórmula mágica para hacer cine en México ampliamente gustado, generalmente aceptado y factiblemente comercial.
Así, una tormenta de películas con temas sobre la pobreza, la vida en la calle, la jodidez, el narco, los temas indigenistas y, por otro lado, un sinfín de comedias y tragedias de la Roma-Condechi se vino a inundar las pantallas de las salas de cine. Y no, no fue una fórmula, no fue un movimiento, ni siquiera tenía una estética sólida como sí lo tuvo el tan conocido (y repudiado) “Cine de Ficheras”. Lo que sí dejó, es la sensación de que el cine mexicano sólo puede (¿debe?) hablar de esos temas, por eso, siempre que encuentro una película mexicana escapando a esos convencionalismos, le presto mucha más atención. Y es el caso de Tiempo Compartido.
Con una carrera sólida desde sus épocas de estudiante, el joven director mexicano Sebastián Hofman nos presenta su segundo largometraje de ficción escrito en colaboración con Julio Chavezmontes, suscrito en el género de comedia de humor negro, aunque se plantea oficialmente como drama.La premisa va de dos familias a las que la tragedia azota contrastantemente con el paradisiaco resort de Acapulco en el que las anécdotas transcurren: la familia de Andrés, quien empieza como el animador estrella del resort y que a partir de la muerte de su hijo, termina lavando sábanas en el sótano del lugar abandonado por una esposa que encuentra refugio en las obscuras entrañas de las ventas de tiempos compartidos; y la de Pedro, quien en un intento de reparar un hogar roto, compra uno de estos tiempos compartidos sólo para encontrarse atrapado con otra familia que representa el estereotipo del turista capitalino de los 80s en Acapulco (chanclas y calcetines incluidos) quitándole no sólo la posibilidad de la reconciliación sino muchas otras cosas.
Toda la historia transcurre bajo el supuesto de que la venta de tiempos compartidos es una especie de organización mafiosa y maligna, más parecida a un culto o a una secta, basado en la experiencia de la mamá del director, quien vendía tiempos compartidos. De alguna manera, si revisamos, sí es una mafia cuyo objetivo, más allá de vender inmuebles, es venderle al público la idea de lo que necesita para ser feliz: la playa, la arena, el sol, el status, las cosas que no puedo comprar, el estilo de vida que nunca voy a tener, etc.
En esta ocasión, los personajes masculinos son los que se llevan las palmas:
Miguel Rodarte es Andrés, el animador venido a menos del hotel. Ya estamos acostumbrados a la intensidad performativa de Rodarte, sin embargo, en esta historia su personaje llega a honduras que poco le habíamos conocido. Un padre que en el proceso de duelo lo va perdiendo absolutamente todo, incluyendo algunas partes de su atractivo físico. De llamar a todos los reflectores y las atenciones, se vuelve absolutamente gris y esto para la película es muy positivo.
Luis Gerardo Méndez es Pedro, el otro joven padre de familia cuyas intenciones de componer su familia son frustradas por las circunstancias. Es muy interesante ver a Luis Gerardo Méndez en una faceta distinta de los personajes memorables que ha desarrollado hasta el momento: en este caso no nomás es el “graciosito”, el “ocurrente”, tiene momentos de mucha introspección y padecimiento, físico y mental, que desarrolla bastante bien.
Andrés Almeida es Abel, el otro padre de familia, la encarnación de todo mal turista chilango en este tipo de resorts: bobalicón, entrometido, sin ningún respeto por el espacio personal, una ingenuidad que se antoja falsa… que puede ser bien intencionada como aparenta en muchos momentos o, puede formar parte de la conspiración de los tiempos compartidos para esclavizar a sus clientes, quién sabe. El chiste es que Almeida consigue un personaje que te dan ganas de ahorcar con tus propias manos por ahí de la mitad de la película.
Finalmente, la sorpresa en el reparto es RJ Mitte, a quien todos recuerdan por ser el hijo con problemas motrices de Walter White en Breaking Bad, y que aquí representa a Tom, el obscuro líder gringo de esta organización truculenta que es Everfields Resort y que intenta dominar al mundo, una especie de líder comercial y motivador personal que involucra a todos en esa especie de hipnosis colectiva.
Monserrat Marañón y Cassandra Ciangherotti completan este reparto muy vasto y fácilmente disfrutable
.Fundamentalmente es una película que, si bien tiene un trasfondo filosófico, está tratado con mucho humor, de ese humor que hace sentir mal por ser cruel, pero que es inevitable. Es una serie de situación ridícula tras situación ridícula risible por verídica: todos hemos estado en medio de algunas vacaciones terribles, estemos donde estemos. Por otra parte, de alguna forma también denuncia las condiciones de empleo y subempleo de los grandes resorts en un país que supuestamente apuesta por el turismo como una opción económica y de empleo, pero cuyas ganancias se fugan mayoritariamente al extranjero dejando mexicanos con sueldos de tres pesos.
Visualmente, tiene muchas influencias de Wes Anderson (The Royal Tenembaums, The Darjeeling Limited, The Grand Budapest Hotel), especialmente por sus composiciones simétricas, encuadres amplios, descriptivos y colores sólidos y personajes ridículamente en serio. La fotografía es de Matías Penachino quien acompañó al director en su ópera prima, Halley.
La película se estrenó en el Festival de Sundance 2018, única producción mexicana en este año en participar, recibió varias nominaciones al Ariel y ganó un par de premios en el Festival de Guadalajara, además de contar con una larga lista de nominaciones en otros festivales alrededor del mundo. Independientemente de tener muchos laureles en su currículum, Tiempo compartido es una película bien hecha que además cuenta con un factor muy importante de la narrativa audiovisual: la universalidad, es decir, es una historia con un texto y subtexto que es garantía de comunicar y coincidir con un gran número de espectadores. Es una película que se sale de la “normalidad” del cine nacional y apuesta por una montaña rusa de emociones que van del humor más básico a lo sitcom, hasta la tragedia más profunda explorando las relaciones de los padres con los hijos.
El cine nacional se está recuperando de la crisis narrativa, tal vez sea el momento de generar otra identidad con otro folklor.
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